La atracción que ejerce una tv encendida sobre la población en general y muy particularmente sobre los niños y niñas es innegable. Sus cinco sentidos se entregan, permeables, a las imágenes y sonidos que emite la pantalla, a las tramas y discursos narrativos, hasta el punto de interiorizarlos e imitarlos en una especie de juego infantil -o juvenil-, que no es más que una expresión del mundo que van construyendo en su imaginación a través de esas imágenes y mensajes.